La seriedad de una institución, su solidez,
depende de que haya sido fundada
sobre el terreno más firme que alguien pueda alguna vez consolidar:
que haya sido fundada sobre un sueño.
Mauricio Kartun
El motivo de esta nota es que el Centro Latinoamericano de Creación e Investigación Teatral (CELCIT) cumple cincuenta años de labor ininterrumpida en las teatralidades iberoamericanas. Cuando me invitaron a escribirla, sentí que nada de lo que pueda expresar en estas líneas iba a reflejar el monumental aporte de todas las personas que han trabajado en el día a día de su gestión. Porque una institución y su historia son principalmente esas mujeres y esos hombres que la habitaron. Así como un personaje es una entidad biográfica ficticia, un espectro literario que no existe hasta el momento en que es encarnado por una actriz o un actor, la historia no es algo que existe independiente de la acción humana. La certeza de mi fracaso anunciado me generó una especie de alivio a priori que, lejos de paralizarme, me enfrentó al desafío de poder discurrir en el intento de bocetar una breve reflexión, un homenaje y un agradecimiento.
La historia del teatro suele erigirse sobre los pilares del eurocentrismo, es decir, si revisionamos críticamente el relato construido, el entramado complejo evidencia la omisión del territorio latinoamericano. Instituciones como el CELCIT han enfrentado incansablemente a molinos de viento para reivindicar esos espacios a donde el poder del narrador no dirigía su atención. Pero no es sólo una figura retórica su lucha, porque la elección de la metáfora no es ingenua. La misión del CELCIT ha sido quijotesca por la osadía, por el sentido de justicia que atraviesa su labor y la característica común de emprender con esperanza cualquier iniciativa que muchxs creerían que estaba condenada al fracaso.
El surgimiento del CELCIT dialoga con esa vacancia y con la necesidad de diseñar una estrategia que resuelva la dispersión, tejiendo redes que empoderen la producción del teatro latinoamericano. Su fundación fue en 1975 en Venezuela de la mano de su director Luis Molina López y su presidenta María Teresa Castillo. La misión fundante fue alentar la creación, la formación, la investigación y la difusión del teatro. Con el tiempo, la expansión territorial se dio a partir de las delegaciones y filiales que se instalaron en diversos países del continente latinoamericano y, posteriormente, se hizo extensivo a Europa, Estados Unidos y Asia. Desde sus inicios, los horizontes planteados por el CELCIT fueron desacreditados por aquellos que consideraban imposible la concreción de sus idearios. Pero esa mirada utópica y ese sueño son los que abrazan su existencia desde los orígenes y lo impulsan en cada contexto desafiante.
En estos cincuenta años, la historia estuvo marcada por la existencia de gobiernos hostiles que oprimieron a la cultura, dictaduras cívico-militares, exilios de teatristas, desaparecidxs. Fueron tiempos oscuros y, como afirmaba el maestro Gené, “el teatro ha sido siempre y sigue siendo la terca custodia de una luz para los hombres”. Hoy, la utopía, es urgente. Los tiempos de oscuridad, lejos de terminarse, reaparecen en el presente con una crueldad inusitada y aquello que creíamos que pertenecía al pasado vuelve de una forma feroz. Medio siglo después, el CELCIT continúa custodiando tercamente la luz para fortalecer las redes que potencian el hacer teatral iberoamericano.
No es mi intención repasar a cada protagonista de esta historia ni tampoco enumerar las actividades que se han desarrollado. Pero sí me gustaría poner en valor el aporte invaluable que el CELCIT ha realizado en materia de profesionalización del sector teatral, en el diseño de festivales y eventos especiales, en la constante programación nacional e internacional de espectáculos, en la difusión de textos teóricos y obras teatrales, en la creación de revistas y espacios de difusión especializados en las artes escénicas.
El legado es la manifestación tangible de una institución que se ha consolidado a lo largo del tiempo como un espacio de resistencia frente a la falta de recursos económicos, al desinterés de las autoridades de turno, a las violencias del neoliberalismo, del capitalismo voraz y de los avances de la derecha. El presente es, como diría Roberto Arlt, pura prepotencia de trabajo ¿El futuro? Una constante pregunta y repregunta, otro sueño, otra utopía. Como afirma Carlos Ianni (director del CELCIT en Argentina): “los principios están intactos, pero el modo de materializarlos es siempre una incógnita”.